Una nueva década: ¿Seguirá siendo Estados Unidos una superpotencia?
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Un nuevo presidente toma posesión de su cargo en la Casa Blanca con casi tantas incertidumbres como certezas, y en un contexto económico, sanitario, presupuestario y monetario completamente nuevo. Pero, ¿un cambio de década y un cambio de presidencia significan un cambio de época y un cambio de modelo económico?
El cambio de inquilino en la Casa Blanca debería marcar un cambio significativo de estilo. Menos impredecible, menos agresivo y más respetuoso con las costumbres, las instituciones y los organismos internacionales, Joe Biden también podría tener un menor impacto e, indudablemente, supone una ruptura respecto a su predecesor. En sí mismo, es probable que, a primera vista, sea un cambio tranquilizador, pero incluso con el punto de inflexión que supondrá la vacuna, aún podemos plantear cuestiones sobre la capacidad de liderazgo del nuevo presidente ante unos desafíos económicos, tecnológicos, geopolíticos y medioambientales sin precedentes.
Cambio climático
Sobre el papel, es obvio: la intención de la nueva Administración es retomar el liderazgo reflejado en el mandato de Obama para involucrar a Estados Unidos en la transición energética y volver al marco de los Acuerdos de París. El plan Build Back Better1 (reconstruir mejor) incluye un componente medioambiental significativo, que contrasta con el escepticismo climático de Donald Trump. Sin embargo, estos avances irán más allá del marco de los planes gubernamentales y llegarán de un cambio en el comportamiento de los individuos, las compañías y los inversores. La aspiración de la nueva Administración es importante y parece genuina, pero, en última instancia, requerirá un liderazgo firme cuando se enfrente a los poderosos grupos de presión. Los criterios para medir su éxito no serán la firma de una ley o de un acuerdo internacional, sino una señal clara de que están frenándose las emisiones de CO2 en un país con uno de los mayores consumos de energía per cápita del mundo (solo por detrás de los países del Golfo y Australia).
Geopolítica
La opinión general es que Joe Biden estará más abierto al resto del mundo y tenderá a permanecer en el terreno de juego de las instituciones internacionales y el multilateralismo. Al mismo tiempo, actuará de una manera más predecible y consensuada, algo esencial en las relaciones diplomáticas. Estos aspectos son importantes y probablemente reducirán el riesgo geopolítico, con menos tensiones internacionales y un estilo menos polémico. Estados Unidos podría recuperar su eficacia diplomática mediante el restablecimiento de su “poder blando” y reavivar así la empatía internacional hacia su bandera. Más allá del estilo, está en juego mantener la condición de superpotencia mundial. En este ámbito, las dudas sobre la energía, la visión y el coraje político de Joe Biden han alimentado los titulares desde las primarias y Donald Trump se ha aprovechado de esta debilidad en los debates.
Más allá del color político y el estilo del presidente, podemos esperar una presencia mundial mayor a la de los últimos cuatro años y, al mismo tiempo, una disminución continuada de la influencia de EE. UU. en los asuntos mundiales, en favor de las potencias regionales, como Rusia, Irán o China. Es probable que China se convierta en el líder de esta nueva era, al recoger los frutos de su dura oposición al eje de Obama en Asia (“Pivot to Asia”), que había caracterizado como un deseo premeditado de contener su ascenso al poder.
Capitalismo
El capitalismo y la tecnología del siglo XXI están estrechamente vinculados. Han estado presentes en todas las revoluciones industriales, pero la actual revolución digital parece estar creando un dilema estratégico en Washington. La tecnología digital ha dado origen a gigantes que perturban sectores enteros de la economía, y que generan una rentabilidad exponencial y dominan posiciones difíciles de revertir. La defensa de Silicon Valley se basa, en particular, en el hecho de que Washington es reacio a desestabilizar a sus paladines digitales para no arriesgarse a un cambio de liderazgo tecnológico a China. Este es el desafío subyacente de la actual investigación llevada a cabo por el Congreso sobre las prácticas no competitivas de las FAANG2. Por último, aunque la aplicación de un enfoque radical en materia de antimonopolio (desmantelamiento de las posiciones dominantes o nacionalización/regulación de los monopolios naturales) tiene pocas posibilidades de ver la luz del día, podemos estar seguros de que estos gigantes aprenderán a adaptarse a las reglamentaciones más restrictivas, y las convertirán en ventajas competitivas y mayores barreras de entrada.
Cuestiones socioeconómicas
El programa de Joe Biden, cargado de segundas intenciones, denota el deseo de revertir una poderosa tendencia de aceleración de las desigualdades de ingresos y riqueza, introduciendo una fiscalidad más progresiva y dirigiéndose a los grupos de mayores ingresos. Sin embargo, ante todo debemos desacreditar un mito demócrata: las clases trabajadoras no se beneficiaron especialmente de los años de Obama, lo que, en parte, le costó la victoria a Hillary Clinton; por el contrario, los salarios reales medios aumentaron más durante los años de Trump. Sin embargo, este incremento no debe considerarse una causalidad, sino una coincidencia ligada al hecho de que el pleno empleo de los últimos años había puesto fin al estancamiento de los salarios reales. Sin embargo, el estado de las desigualdades de riqueza en EE. UU., tanto con presidentes demócratas como con republicanos, corre el riesgo de romper lo que queda de un pacto social basado en la promesa estadounidense de una movilidad social ascendente. El reto de las reformas previstas es lograr que el 1% más rico contribuya más e implicar, al mismo tiempo, de forma más eficaz al 10% menos rico, gracias a salarios más elevados y una mejor cobertura social. Sin embargo, sin una mayoría demócrata en el Senado se reducen enormemente las probabilidades y la envergadura potencial de las reformas fiscales en el plan de Joe Biden.
Más allá de los impuestos, y después de un periodo de intensas tensiones raciales, Biden tiene intención de proponer políticas más inclusivas y específicas para las minorías. Esto se extiende a la Reserva Federal (Fed) con la cuestión de cómo integrar mejor las disparidades en la política monetaria. Además de la justificación moral y de los efectos previstos de una mayor estabilidad social, el impacto sobre la tasa de actividad de los trabajadores, así como el nivel de salud y de formación sobre la productividad, justifican la aplicación de dichas políticas, dados sus efectos positivos sobre el crecimiento y la inversión.
Sin embargo, el riesgo es que estas iniciativas también vayan acompañadas de un aumento del impuesto de sociedades, lo que podría perjudicar la inversión privada, aunque un Congreso dividido será un factor mitigante. Nuestra hipótesis económica también muestra que el aumento del apoyo fiscal tendrá un efecto positivo a corto plazo sobre el crecimiento, pero también dará lugar a un aumento moderado de la inflación, lo que cuestiona la sostenibilidad de una política de tipo de interés a cero más allá de 2022.
Finanzas públicas
Como ha destacado la Oficina Presupuestaria del Congreso, independientemente de quién ocupe el cargo de presidente, la crisis de la COVID-19 y la combinación de políticas resultante será un vector de un aumento sin precedentes de la deuda federal. Históricamente, ha disfrutado de una famosa trayectoria de estabilidad o de aumento moderado durante los periodos de crecimiento y de desviación durante las recesiones cíclicas. Sin embargo, con Donald Trump fuimos testigos de un aumento exponencial de la deuda (como ocurrió con Ronald Reagan). Indudablemente, Biden comienza su mandato en terreno desconocido en lo que se refiere al ratio deuda/PIB. La sosteni-bilidad de este ratio implica el apoyo inquebrantable de la Fed, que debería seguir monetizando estructuralmente esta deuda, lo que pesaría estructuralmente en el valor del dólar, otro aconte-cimiento que debería favorecer a China.
Como conclusión, cabe mencionar los medios de que dispone EE. UU. para lograr sus aspiraciones y, en general, sobre las condiciones del poder, definidas por Robert Kagan3 como la capacidad de influir en la historia. La voluntad no es suficiente para obtener poder, ya este también requiere otros recursos tangibles (poder económico, financiero, comercial militar) y características intangibles (creatividad, diplomacia, apertura al mundo y sentido de la responsabilidad). La nueva fase que se abre ante EE. UU. es una oportunidad para que el país retome una noción más tradicional del poder estadounidense y reavive su relación con el mundo, a medio camino entre el idealismo y el realismo. Sin embargo, el peligro estaría en que la combinación de una estrategia de liderazgo menos marcada, una mayor atención a los asuntos internos y mayores restricciones presupuestarias disminuyeran conjuntamente la influencia del país, cuyos beneficios económicos (los “dividendos de la paz”) distan mucho de ser insignificantes.
1 - El plan de recuperación económica y de empleo para familias trabajadoras de Joe Biden.
2 - Facebook, Amazon, Apple, Netflix y Alphabet.
3 - Robert Kagan es un politólogo estadounidense.
Global Outlook 30/11/2020 - Extracto del Editorial
18 diciembre 2020